El Museo de Albacete exhibe entre sus fondos, riquísimos en cultura ibera, un ánfora de influencia orientalizante, datada en la segunda mitad del siglo vi a. C., que perteneció a este importante pueblo (los iberos) con el que se encontraron los romanos cuando llegaron a la península, valga la redundancia, ibérica. No es nada original el hecho de grafitear sobre la cerámica de estos grandes contenedores que se extendieron por todo el Mediterráneo. Abundan los grafitos en este contexto en época prerromana y romana (siglos vi–i a. C.) y la bibliografía da cumplida cuenta de esta extendida práctica. Se trata de marcas precochura, realizadas sobre el barro fresco antes de meterlo al horno, y han interesado fundamentalmente las epigráficas, con las que se ha avanzado en la interpretación de esta cultura, que conocía y utilizaba una escritura propia.
El ánfora de hombro carenado que hoy examinamos fue hallada en una necrópolis del yacimiento de El Patojo (La Recueja, Albacete), en los años ochenta del siglo xx. Contenía en su interior los restos de una cremación, un plato a modo de tapadera, y un fragmento de fíbula (broche). La marca que nos interesa se sitúa en el tercio inferior de la vasija y es anepígrafa, es decir, no tiene letras. Con mucho acierto, se presenta la pieza en la vitrina del museo apoyada sobre su cuerpo ovoide para exhibir la base redondeada en primer plano. En el tercio inferior se dejaron incisas seis rayas más o menos paralelas atravesadas en su tercio inferior por otra horizontal, contenidas todas en una última, realizada con más presión (bien advertible su rebaba) en forma de V de vértice suavizado. Estos ocho trazos componen el grafito, que hoy realmente llama la atención porque parece enmarcarse en un recuadro que no es sino (alabamos otra vez la sensibilidad museográfica) la parte que se ha limpiado para rescatarlo, y que se ha dejado así precisamente para reivindicarlo.
Se desconoce qué significa este grafito anepígrafo, si es que significa algo. Se puede poner en relación con otro similar aparecido en Binisafuller (Menorca), hallado entre los restos de las ciento cincuenta ánforas que transportaba un barco que se hundió frente a su costa en la primera mitad del siglo iii a. C., de las que al menos una veintena conservaba marcas. Lo que me llamó la atención nada más verlo in situ fue su enorme parecido con una lira, instrumento de cuerda muy extendido en todo el Mediterráneo en casi todas las culturas, y que fue ampliamente utilizado en la cultura ibera.
Aunque lira (λύρα) y cítara (κιθάρα) se han utilizado desde la Edad Media como instrumentos indistinguibles, la segunda es una evolución de la primera. Si aquella se reduce a una mínima caja curva de resonancia de la que parten dos brazos (a veces cuernos) que sostienen una barra a la que se anudan las cuerdas, la segunda destaca por su base plana y su caja de resonancia casi rectangular de la que arrancan unos gruesos brazos. El cordaje se dispone de manera similar a la lira. Es decir, la cítara es un instrumento más robusto y de sonoridad más potente. El grafito del recipiente de El Patojo parece, pues, una lira.
No es posible asegurarlo. Como en tantas ocasiones en la historia, tampoco negarlo. El parecido, desde luego, es obvio. Pudo ser una marca de taller, o del propio comerciante, que tuviera la lira como imagen… o no, y que el parecido sea pura coincidencia. ¿Parece? Sí, parece. Pero no sabemos si es.
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