Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, reyes de España, sufrieron un atentado fallido el día de su boda en la calle Mayor de Madrid. Era un 31 de mayo de 1906. El autor material del mismo fue Mateo Morral; lanzó una bomba envuelta en un ramo de flores al paso de la comitiva, y moría dos días después, cuando fue detenido; de paso, se intentó incriminar a un sujeto muy incómodo para el establishment del momento, Francisco Ferrer Guardia, anarquista y pedagogo, fundador de la Escuela Moderna.
Un grafito, un humilde testimonio grabado en el tronco de un árbol, también fue esgrimido como una prueba incriminatoria (una más) contra Francisco Ferrer. Un uso insólito de esos «epígrafes en la corteza», un tópico literario que inmortalizara Machado en uno de sus poemas, como ya dejamos asomar por esta sección.
La primera página del diario madrileño El Imparcial del 14 de junio de 1906 decía en titulares: «Morral anunció su crimen. – Grabado en un árbol del Retiro», «en la primer calle trasversal del paseo de coches del Retiro, entrando á mano izquierda […] delante del quinto árbol de la primera fila».
Lo que [Mateo] Morral y su cómplice hicieron en un árbol del Retiro, cuyas señas damos más adelante, fué raspar con un cuchillo un espacio de la corteza del tronco y en la superficie lisa y blanca del interior que quedó al descubierto, formando un círculo irregular, escribieron con lápiz grueso, lo siguiente:
EJ[E]CUTADO SERA
ALFONSO XIII EL
DIA DE SU ENLACE
UN IRREDENTOA un lado y á otro del último renglón hay unos dibujos, y á la derecha, siguiendo el perímetro de la curva, se lee la palabra DINAMITA.
Según el periódico ABC, el señor que vio la inscripción el 26 de mayo y dio cuenta de ella después, del que se ofrece filiación y dirección, era un militar retirado de unos cuarenta y cinco años. Según El Imparcial, en cambio, se trataba de un oficial primero de oficinas militares con destino en el Ministerio de la Guerra. Primera contradicción. A decir de un diario estaba jugando con su hijo; según el otro, «contemplando los juegos de algunos niños». Segunda contradicción.
Al enterarse del intento de magnicidio, que acaeció un 31 de mayo, recordó dicho señor que había visto a dos personas garabatear la inscripción, y cuando los periódicos publicaron el 4 de junio la fotografía de Morral, lo reconoció (¡buena memoria!). A continuación, la noticia seguía con la criminalización de Ferrer Guardia, e incluso contaba con las declaraciones de «dos quinquilleros» que el día 2 de junio en Torrejón de Ardoz (Madrid) vendieron a Morral «los dos pañuelos de hierbas que se encontraron cerca de su cadáver». Está visto que cuando el «periodismo de investigación» quiere, consigue cualquier prueba. Principalmente, las que conviene.
El grafito, desde luego, hubo de hacerse, porque también ABC, además de publicarlo el 15 de junio (no el 1, como por error pone en la ficha que aquí se enlaza), lo localizaba en el mismo punto del Retiro donde antes lo había hecho El Imparcial, en el conocido entonces como paseo de Lauros. Otra cosa es cuándo se hizo ese grafito, si antes o después del frustrado magnicidio.
Es difícil demostrar que todo esto fue montaje policial, pero la situación política, desde luego, favorecía excesos. Ferrer Guardia se salvó esta vez por los pelos, pero después de los sucesos de la llamada Semana Trágica de Barcelona (1909), fue ajusticiado el 13 de octubre de 1909 en el castillo barcelonés de Montjuic, acusado, nuevamente, de instigador.
Hace cien años Pedro Sangro y Ros de Olano publicó La sombra de Ferrer. De la semana trágica a la guerra europea (Madrid, 1917), una vindicación del pedagogo catalán y una denuncia del montaje (este sí, indubitable) que provocó su fusilamiento. Seguía la estela del famoso libro del doctor Luis Simarro, El proceso Ferrer y la opinión europea (Madrid, Arias, 1910), grueso volumen de casi setecientas páginas, inmediato a la ejecución, al que había de continuar un segundo, que no llegó a publicarse. Pocos años después, la casa berlinesa Homophon Company GmbH publicaba un disco de 78 rpm, accesible en línea gracias a la Biblioteca Nacional, cuya cara B recreaba las últimas palabras de Ferrer con el capellán, previas al fusilamiento. Sin pruebas, como después la historia demostró, y sin necesidad de «epígrafe en la corteza» que vaticinara lo que iba a ocurrir en la ciudad mediterránea.
Lo cierto es que este grafito del Retiro posiblemente sea el primer ejemplo de «grafito de Estado» que conocemos.